Mi Ayrton
Mi Ayrton (Versión Original): de la génesis al acervo del Vaticano
Quién ve la versión original de “Nuestro Senna” – el busto de Ayrton a tamaño real – reconoce de inmediato antiguos anhelos de un capítulo muy popular de la arte occidental: la inspiración en la escultura grecorromana avivada por la verosimilitud, el tema de la eternización del héroe, el reconocimiento de un rostro retratado en lo que no es piel.
Rarísimo, sin embargo, y posiblemente inédito en la historiografía del arte, es que un busto nazca de una conversación entre dos madres. O, para ser definitivos, del pacto entre la madre que abraza una añoranza con otra, su nieta, viviendo la potencia creativa de una gestación.
En los últimos 30 años, doña Neyde Senna organizó con esmero los archivos de imágenes del Memorial de su hijo, Ayrton Senna. Acostumbrada a ver homenajes a su hijo, ella no escondía el anhelo de ver una escultura que, a sus ojos, tuviera la máxima fidelidad en relación al rostro de su amado “Beco”, de la forma en que él lo conoció en la intimidad. En 2014, Neyde tomó una decisión: recurrió a su nieta Lalalli Senna, que estaba construyendo carrera en las artes plásticas.
“Esto me dejó insegura y al mismo tiempo honrada, porque ella no quería solo un rostro similar al de Ayrton, ella quería tangibilizar una memoria de su hijo que no estaba en las fotos.”
Lalalli Senna
Encontrar la expresión correcta exigió de Lalalli horas y horas de búsqueda en los archivos fotográficos del Memorial. Luego, el proceso creativo inicial, en plataforma digital, fue abandonado, debido a resultados insatisfactorios. Fue solamente en la maleabilidad de la plastilina que Lalalli comenzó a dar contornos a Ayrton que tenía en la memoria, encontrando con sus manos los rasgos no siempre obvios del tricampeón mundial en las fotos: el cuello atlético, el mentón firme, e incluso los labios levemente desiguales, frutos de una parálisis viral contraída por el piloto en 1985, antes de su debut con Lotus. “Fue gracioso que mi abuela se satisfizo más rápido que yo”, cuenta Lalalli. “Ella no quería que yo continuara, porque tenía miedo de que algo se perdiera. Pero yo misma solo me convencí cuando ya estaba trabajando en el proyecto ampliado, que llegó a ser llamado Nuestro Senna”. En ese momento, Lalalli aún corría contra el tiempo; además de tener un cambio programado a Estados Unidos, estaba esperando otra creación: su primer hijo, ya en las últimas semanas del embarazo.
La obra recibió la amplia aprobación de la familia Senna y, en especial, de doña Neyde. Sin embargo, la primera réplica en bronce de la escultura no se quedó en São Paulo, donde la matriarca reside, sino en el Vaticano.
La sugerencia de regalar el busto al Papa Francisco, conocido por su pasión por los deportes, partió del banquero italiano Gian Claudio Giovannone, representante del Instituto Ayrton Senna en Europa, y fue prontamente aceptada. El 18 de abril de 2019, en la Jueves de aquella Semana Santa, el pontífice argentino recibió de manos de Bianca Senna (hermana de Lalalli) el casco verdeamarillo y el busto, que pasó otra prueba: fue prontamente reconocido por los peatones en la fila de la Plaza San Pedro y por los seguridades vaticanos, que pronto aceleraron el paso de las homenajes. Hoy, listado en el acervo contemporáneo de los Museos del Vaticano, junto a piezas de nombres célebres (y aún muy masculinos) de Van Gogh, Marc Chagall y Pietro Ruffo, “Meu Ayrton”, que fue el primer paso del celebrado “Nosso Senna”, puede ser descrito como una singularísima obra en memoria del genio del automovilismo, nacida de un gesto de amor doblemente maternal.